Por Gustavo Restivo
En septiembre de 1981, a los pocos años de iniciar su pontificado, Juan Pablo II publicó Laborem Exercens (“Ejercitando el trabajo”), con motivo del 90º aniversario de Rerum Novarum. El texto no fue fruto de gabinete, sino de la experiencia vital de Karol Wojtyła: obrero en canteras y fábricas durante la ocupación nazi, testigo del comunismo polaco y protagonista de un diálogo constante con el mundo del trabajo.
Un mundo en tensión: el contexto internacional de 1981
La encíclica aparece en un escenario cargado de desafíos globales:
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Guerra Fría: El planeta estaba dividido en dos bloques irreconciliables. En Polonia, el sindicato Solidaridad —movimiento obrero independiente— ponía en jaque al régimen comunista, y Juan Pablo II seguía de cerca su evolución.
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Crisis económica mundial: Tras los shocks petroleros de los ’70, las economías sufrían estanflación, desempleo y ajustes duros impulsados por organismos internacionales.
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Desigualdad Norte-Sur: Mientras los países industrializados se reconvertían tecnológicamente, gran parte del mundo en desarrollo quedaba rezagado y endeudado.
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Revolución tecnológica incipiente: La automatización y la informática empezaban a transformar fábricas y oficinas, abriendo el debate sobre la sustitución de mano de obra.
Frente a este panorama, Laborem Exercens no se limita a señalar injusticias: ofrece un marco de interpretación y acción para el futuro.
El núcleo: la centralidad de la persona
Juan Pablo II proclama que el trabajo es “para el hombre y no el hombre para el trabajo”. Esto implica que toda organización económica, toda innovación tecnológica y todo modelo de desarrollo debe respetar y potenciar la dignidad de quien trabaja. Enfatiza el valor subjetivo (la realización y el aporte humano) por encima del valor objetivo (el producto o el beneficio).
Anticipación estratégica
Lo notable de esta encíclica es su capacidad de adelantarse a problemáticas que hoy son urgentes:
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Automatización y robotización: Previó que la técnica, mal orientada, podría marginar a millones de trabajadores.
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Precarización laboral global: Identificó el riesgo de una “nueva forma de colonialismo económico” en la que países y personas quedarían atrapados en relaciones desiguales.
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Economía de plataformas y teletrabajo: Aunque no existían en 1981, su reflexión sobre la subordinación de la técnica al bien humano anticipa debates actuales sobre la uberización y la economía digital.
Derechos, deberes y solidaridad
El Papa defiende derechos básicos —salario justo, condiciones seguras, estabilidad, derecho a asociación y huelga— junto con la responsabilidad del trabajador de contribuir al bien común. Insiste en la solidaridad internacional como camino para equilibrar el desarrollo entre pueblos.
La visión papal a 50 años vista
Laborem Exercens encaja en la tradición de grandes textos sociales de la Iglesia —como Rerum Novarum (1891) y Pacem in Terris (1963)— que supieron diagnosticar males globales décadas antes de que fueran crisis visibles. Los Papas, desde una perspectiva ética y trascendente, ven más allá de coyunturas y ciclos políticos: interpretan tendencias de fondo y sus consecuencias humanas.
Juan Pablo II entendió que el trabajo sería el campo de batalla de las próximas décadas: no sólo en la lucha por mejores salarios, sino en la defensa de la dignidad frente a fuerzas impersonales —el mercado, la técnica, la globalización— que podían relegar a la persona.
Conclusión
Cuarenta años después, Laborem Exercens conserva plena vigencia. En un mundo donde la inteligencia artificial y la economía de plataformas reconfiguran el empleo, la voz del Papa polaco resuena con claridad:
“El trabajo humano es clave esencial de toda la cuestión social.”
Su visión demuestra que la Doctrina Social de la Iglesia no es una mirada hacia el pasado, sino una brújula para navegar el futuro.
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