Un Gobierno con Dos Almas: El Equilibrio Perdido entre Milei y Villarruel

 


Por Gustavo Restivo

La historia política argentina es rica en fórmulas presidenciales que comienzan como asociaciones estratégicas y terminan como duelos encubiertos. La que hoy protagonizan Javier Milei y Victoria Villarruel no escapa a esa lógica, pero tiene una particularidad que debería llamar la atención del electorado y, sobre todo, de quienes aspiran a la madurez institucional de nuestra democracia: el enfrentamiento entre el Presidente y su Vice no es solamente personal ni anecdótico. Es un síntoma profundo del desequilibrio que atraviesa al gobierno y, por proyección, al país.

Dos liderazgos, dos concepciones

Milei y Villarruel comparten una génesis política común pero hoy representan dos almas claramente diferenciadas dentro del oficialismo. El Presidente encarna la furia disruptiva del antisistema, la velocidad reformista sin mediaciones, y una narrativa confrontativa que se apoya en la polarización constante. Su hermana Karina, Patricia Bullrich y el entorno duro de la Casa Rosada refuerzan ese perfil que busca refundar el país desde un purismo ideológico sin matices.

Villarruel, en cambio, emerge como la contracara institucionalista. Más cerca del Senado que del TikTok presidencial, su estilo combina el respeto por la liturgia republicana con un conservadurismo clásico, anclado en valores de orden, defensa nacional y diálogo político. No es casual que haya empezado a tejer puentes con sectores del peronismo no kirchnerista, del nacionalismo católico y del universo militar retirado. Esos vínculos hablan de una dirigente que se está construyendo a sí misma como una alternativa de poder para el futuro.

El equilibrio necesario (y ausente)

En cualquier coalición de gobierno, el éxito depende del equilibrio entre la conducción política y la representación institucional. Milei fue elegido para liderar, pero Villarruel también fue votada para asegurar gobernabilidad en el Congreso, ser contrapeso cuando corresponda y sostén cuando sea necesario. La fractura entre ambos rompe ese delicado equilibrio y nos devuelve a un escenario repetido: el de un Ejecutivo dividido que traslada sus tensiones internas a toda la estructura del Estado.

El país necesita algo distinto. No un gobierno en guerra consigo mismo, sino uno capaz de conjugar velocidad con prudencia, ambición con legalidad, cambio con continuidad. No es un juego de suma cero. El desarrollo sostenible requiere tanto del shock económico como del consenso político. Y si bien Milei puede argumentar que su mandato es el de destruir el statu quo, esa demolición sin equilibrio institucional se vuelve estéril o directamente peligrosa.

Perspectivas para 2025: ¿división o complementariedad?

De cara a las elecciones de medio término en 2025, la fractura Milei–Villarruel presenta escenarios contrastantes. Si el Presidente insiste en expulsar del núcleo de poder a toda voz que no le sea incondicional, podría lograr una lista más pura, pero también más estrecha y frágil. Patricia Bullrich como candidata en la Ciudad le garantiza fidelidad, pero arrastra resistencias propias y ajenas. La centralización absoluta de la estrategia electoral en Casa Rosada puede terminar alienando aliados necesarios y despertando a una oposición hoy desorientada.

Villarruel, por su parte, podría capitalizar su perfil moderado y construir una identidad política propia. Si logra articular su base conservadora con sectores peronistas ortodoxos, tiene margen para ofrecer una opción de orden y diálogo, incluso por dentro de las estructuras institucionales que hoy ella misma preside. No se trata de una ruptura inminente, pero sí de una evolución probable hacia una bifurcación dentro del oficialismo.

Milei necesita redefinir su noción de lealtad. Si lealtad es sinónimo de obediencia ciega, entonces gobernará solo, sin espejo ni contrapeso, y terminará chocando con sus propios límites. Si, en cambio, entiende que lealtad institucional implica confrontar ideas sin romper la estructura común, todavía está a tiempo de volver a encauzar la relación con su vicepresidenta. Debería, además, abrir el juego en las listas legislativas y apostar por una coalición con diversidad estratégica, no solo ideológica.

Villarruel, por su parte, tiene una oportunidad y una responsabilidad. Su capital político crece cuanto más se muestre serena, institucional y fiel al mandato que la puso en la vicepresidencia. Si cae en la tentación de armar su candidatura presidencial anticipadamente o de jugar a ser "la reserva moral" sin construcción territorial real, podría diluirse como otros vicepresidentes antes que ella. Pero si se consolida como garante del equilibrio, puede transformarse en una figura central del posmileísmo, sea dentro o fuera de La Libertad Avanza.

Conclusión: una advertencia del pasado

La historia argentina no premia las fórmulas que se fracturan. Álvarez con De la Rúa, Cobos con Cristina: los ejemplos sobran. La ciudadanía vota duplas porque espera cohesión, no por amor a los matices. Si Milei y Villarruel no logran reencontrar un camino de trabajo conjunto, las elecciones de 2025 no serán una mera contienda legislativa: serán el primer referéndum sobre su divorcio político.

La pregunta es si optarán por seguir cavando trincheras o si, al menos por el bien común, sabrán construir puentes. Porque sin equilibrio, no hay prosperidad que dure. Y sin prosperidad compartida, no hay futuro posible.

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